
Andar muchas horas transitando por el sistema de transporte Metro de la Ciudad de México, tiene sus recompensas.
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En un mismo día, tuve la oportunidad de encontrar dos espectáculos excepcionales. Sin que me percata, cuando noté ya estaban dos chicas, hermosas por cierto, y para nada parecía que necesitaran de dinero, realizando su espectáculo.
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Puedo decir que rondarían por los veinte años, se pintaron en sus ojos sendas mariposas, se veían hermosas, con brillantina y todo. Representaron una relación amarosa tormentosa. Se decían una a la otra frases de poetas mexicanos y latinoamericanos famosos, al final, en la reconciliación, se tomaron de la mano, juntaron sus rostros y al unisono se dijeron el poema de Los Amorosos de Jaime Sabines. Luego, pasaron con su sombrero a los lugares de las personas para recoger el dinero.
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Es mi política nunca dar dinero, pero les di dinero, me dije, si luego he ido al teatro y he pagado por obras de teatro que no se acercan a la calidad presentada ante mí, valía la pena apoyarlas. Ese día fui generoso.
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Al cambiar de estación, algo atrasado para llegar a mi destino, y cuando todavía no se me olvidaba la hermosa poesía escuchada en el espectáculo de la línea anterior por mí transitada, PUM¡ que de pronto entra al tren un muchacho enanito, no pasaría de los 90 centímetros. Su rostro era de un joven de unos 25 años, guapo; su cuerpo era algo estrecho, achicado, tenía medio torcidito su brazo, me encantó.
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Entró acompañado de un joven como de unos 15 años, quien cargaba una grabadora vieja, de esas que necesitan pilas grandes. Al entrar el enano, se paró en el pasillo, serio, e inició la música tecno-industrial. El enanito hizo un performance. Bailó como robot, imitando a un Rambo. No pude evitar sonreir y divertirme como un pequeño. La gente de mi alrededor iba con sus rostros adustos, cansados de la vida, y al final, no pudieron evitarlo, y aunque con cierta vergüenza, sonrieron al divertimento del enano.
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Se despidió de todos, como un gran artista, sólo faltaron los tambores; mucha gente, incluyéndome, le dimos dinero. Una niña quiso abrazarlo, el enano le tomó la mano y partió al otro vagón del metro a seguir su espectáculo. No pude evitar imaginar que las putas, probablemente no le cobren, es simpático el cabrón enano.
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