Las madrugadas son buenas para escribir, porque de los poros de la piel surgen todas las pesadillas sin ningún filtro. Con los días triste que he pasado, ha vuelto un tormento del pasado, que quiero contarlo. Siempre guardé esta historia para mí, porque estaba avergonzado de todo lo sucedido, mas quiero hoy reconstruir esa historia, para poder bajarle al baño de los recuerdos y dejarlo en el drenaje del pasado.
Lo recuerdo, era un tipo que yo admiraba mucho. Me encantaba todo lo que hacía, todo lo que escribía, cómo hablaba, cómo lucía su rostro, todo. Desde lejos lo miraba, lo adoraba. Por meses lo seguí. Con el tiempo logré entrar a su círculo y tratarlo. Cuando menos me di cuenta ya estaba yo bien enamorado de él.
No me enamoré del personaje que representaba en el medio de quienes escribían, me enamoré de la persona, de su sensibilidad. Además él era todo lo que yo no era. Él era blanco, yo negro; no había entre nosotros grises, y eso me daba una fascinación algo especial.
Lo buscaba, lo perseguía, lo amaba en cada una de sus facetas. Un día me invitó una cerveza en la Cantina no. 1 de la ciudad de México, El Nivel (aquella que ya no existe). Se puso sincero conmigo y me dijo que siempre le había llamado la atención. Su declaración me dio pauta para cantarle mi deseo y mi amor. Ese día, me dio un beso y las cosas no quedaron claras del todo. No supe si eramos algo o nada. Pasó el tiempo y los besos era lo único entre nosotros.
Cada que quería verme, que quería escucharme, yo era complaciente y a cada uno de sus llamados estaba pendiente. Había días que nada más me hablaba de él, no se fijaba en mí, sólo hablaba de su Musa, de su cotidianeidad y ya.
Nos veíamos seguido y así transcurrieron seis meses. A la primera insinuación de mi parte para que hiciéramos el amor, él fue ambiguo. No me rechazó pero tampoco aceptó. Yo por mi parte, cada que lo veía me moría de ganas de morderlo, besarlo, abrazarlo, tocarlo. Cosa que nunca pasaba, porque luego luego que nos veíamos, me daba un beso en la mejilla y empezaba a hablar sobre él mismo. Si desviaba la plática era para hablar de su Musa, que si era bella, que si él todo el tiempo la deseaba y ella lo rechazaba, que aunque dormían juntos, ella no tenía ninguna iniciativa sexual, que él era el que tenía que estarla buscando todo el tiempo. Odiaba esas pláticas, pero mi enamoramiento me obligaba a escucharlas.
Entonces, volví a insistir que me hiciera el amor. Finalmente aceptó. Nos quedamos de ver en su casa de descanso. Primero fuimos a un bar a tomar, luego de unas cervezas partimos a su casa. Hablaba, hablaba y hablaba. No me besaba, no me tocaba, nada. Entré a su baño, me cambié. Salí con ropa ligera. Me senté a su lado en la cama. Le puse su mano en mi pierna. Me tocó tímidamente, fue todo. Mejor me mostró todo lo que había comprado para estar ahí en su casa de descanso conmigo. Que si iba yo a ser el primero en estrenar tal o cual cosa. Tomamos un poco más, comimos cosas deliciosas, platicó más sobre él; y seguía sin preguntar nada sobre mí, o mínimamente tocarme aunque fuera un pelo.
Ya en la madrugada, y sin haber perdido mi deseo hacia él, me lancé a besarlo vestido de mi poca ropa. Medio me correspondió. No fue un beso apasionado; mas sentir su rostro tan cerca del mío, me volví loco. Lo amaba, lo deseaba, me moría por él.
Sin pensarlo, me lancé encima de él, le fui quitando su ropa. Le quité su pantalón. Le besé el pecho, el rostro, las manos, los brazos, lo toqué. Medio me tocó, como sintiendo la consistencia de mi carne, como reconociendo mis formas. Me desbordó el deseo, y continué besándolo. En ningún momento tuvo una erección, pero creo que se compadeció de mí y acarició mi sexo, sin pretenderlo, me vine, me derramé; y así varias veces.
Pasaban los minutos y yo mantenía al máximo mi potencial sexual, y él, apenas y me tocaba, pero no tuvo ninguna erección. Me acariciaba con sus dedos, con su mano, nada más. Yo le buscaba la boca, el cuello, el pecho. Le derramé varias veces la espalda y ya.
La intensidad de mi deseo evitó que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Con la entrada de la mañana, y sin haber logrado exitarlo aunque fuera un poco, y donde él sólo ayudó a batear mi deseo y amor, le pregunté: ¿No me amas, no me deseas, verdad?
Mantuvo el suspenso unos segundos muy largos, para decirme la verdad: No. Fue su respuesta. Como siempre, me derrumbé. Puse mi cara de payaso alegre. Sentí tanta vergüenza. Quería soltarme a llorar. Quería borrar todo ese suceso. Incluso una parte de mí, quería salir corriendo, desnudo y lanzarme al vacío. Pero no, mantuve la calma. No entendí por qué me invitó a su casa, por qué tenía condones en la cama, sino tenía nada para mí.
Con lo poco que quedaba de mí, le pregunté, por qué. Me pidió que no problematizara la situación, porque no quería que estuviéramos peleando. Después de un breve silencio dijo en voz alta, aunque creo que no me lo dijo para mí: "A la mejor si tú no hubieras tenido la iniciativa a la mejor me hubiera exitado, a la mejor no hubiera pasado nada. Sé que esto iba a pasar desde el momento en que te invité... Tienes tu sexo rasurado, eso no me gusta, no me exita. A la mejor, si no parecieras un infante, a la mejor". De ese comentario, pasó a preguntarme si yo siempre era así de "caliente", de "cachondo".
No me volvió a tocar. Con la entrada del sol por la ventana de su casa, nos bañamos por separado, nos arreglamos y partimos. En el camino, lo miré de manera insistente, quería que se molestara. Hablaba como siempre, de él, de él y sólo de él. Y yo en silencio, le dije todo lo que se me quedó atorado en la garganta, en el corazón, en la cabeza. Al final, lo único que pude articular es: "Te voy a olvidar, ya no te voy a amar". A él, le dio lo mismo.
Me discipliné, fui valiente. No lloré. Días y días pasaron y los suspiros me siguieron oprimiendo el pecho. ¿Qué fue lo que pasó? No sé. Sigo sin encontrarle sentido a esa historia. Una parte de mí, todavía tiene un sentimiento por él. Uno más de todos los ególatras que he amado.
Él no lo sabe, pero humedecí su almohada con mi llanto. Le dejé toda su cama saturada de mis líquidos.
¿Lo forcé? ¿Mi deseo mató su pasión? ¿Por qué no me amó? ¿Por qué me invitó a su casa, sino le atraía yo? ¿Qué pasó?
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