Kiliwa cómo me encantan las suicidas. El suicidio tiene algo de erotismo perverso que no se puede eludir. Se puede andar en la vida como que no se ha visto eso, pero en ningún momento lo podemos evadir, por eso, cuando sabemos que alguna famosa se suicidó luego luego queremos detalles, por más que digamos que ese es un acto reprochable.
Los suicidas son seres terriblemente egoístas o muy enfermos. Muchas veces, aunque nos han educado para no andar con esas "mariconerias" de la depresión, los suicidas siempre padecen la eterna depresión, que a ciencia cierta no tiene ninguna motivación real. ¿Química del cerebro? ¿será?
Bueno el caso es que quiero recordar contigo un poema de Sylvia Plath y su último poema antes de suicidarse:
La mujer alcanza la perfección.
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras.
Los suicidas son seres terriblemente egoístas o muy enfermos. Muchas veces, aunque nos han educado para no andar con esas "mariconerias" de la depresión, los suicidas siempre padecen la eterna depresión, que a ciencia cierta no tiene ninguna motivación real. ¿Química del cerebro? ¿será?
Bueno el caso es que quiero recordar contigo un poema de Sylvia Plath y su último poema antes de suicidarse:
La mujer alcanza la perfección.
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras.
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