Hay una mujer que siempre veo sólo en su reflejo, es extraña o algo excepcional. A la mejor ella no lo sabe, pero tiene apitudes de actriz porno, sin ofender claro la naturalidad de su fisiología.
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No hay hombre que la aguante durante mucho tiempo, siempre tiene más líbido que prodigar.
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Una noche, con ánimo de agotarla, de ver hasta donde llegaba, me amanecí y el agotado fui yo.
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Al final, con los dedos de mi mano, mi lengua, mi mano, todo mi cuerpo dormido, y ella me prodigaba de uno tras otro orgasmo.
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Por último, perdí la cuenta, y sin exagerar puedo decir que se vino tantas veces y en tales cantidades que parecía que se había orinado más de dos o tres veces.
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Paré, ya no pude continuar, pero su olor jamás perdió el almizcle dulzón que se impregnó en mi cuerpo, en mi cara, en mis muslos, en mi cabeza en todas partes de mí.
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Mi olor dejó de tener presencia, su olor, sus orgasmos, su presencia, sus senos, fueron todo; bañada en sudor, se vistió y partió como si nada.
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