junio 11, 2008

Viajando en los vagones del metro


No lo podía creer, hoy, mientras regresaba de trabajar, venía leyendo un libro y depronto, entre los andenes del metro, vi a mi ex. Bueno, al primer hombre en mi vida... Seguía igual de hermoso como la última vez que lo vi; alto, grandote, de hermoso rostro. Un poquito más llenito, pero eso le ayuda más. Parecía que esperaba a alguien, supongo.
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Cuando lo vi, mi primer impulso fue bajarme del vagón y lanzarme a sus brazos, pero no, nuestra relación tuvo un final de novela trágica, y los secuelas siempre son malas. No me sentí triste, sino muy dichoso, recordé que alguna vez alguien me había amado intensamente, tanto, que no se daba cuenta que él era hermoso y yo muy feo. Por otro lado, también extrañé esa intensidad sexual que pocas veces en la vida compartes con alguien. Desde el primer día que nos conocimos empezamos a manosearnos. La primera vez que salimos, a la hora después de comer ya tenía sus partes nobles en mi mano, y para el atardecer lo estábamos haciendo en su casa.
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Cuando no había escuela, sobre todo en vacaciones, pasábamos la tarde haciendo el amor, una y otra vez, en todas la posiciones. En la aulas de clase, a la hora cuando todos desocupan los salones y se van a comer, aprovechábamos para coger. En la borracheras de fin de semestre, nos escondíamos en los arbustos o en la oscuridad, para coger. Había veces que nos íbamos a los baños, a los del tercer piso de los salones, donde casi nadie iba, para coger. Cogimos en casi todas las áreas verdes de la universidad, creo que hasta algunos conocidos nos llegaron a cachar. En las fiestas, éramos los primeros en ocupar los cuartos. Siempre él y yo haciendo el amor, en mil posiciones, hasta el cansancio, sin comer, sin dormir.
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Nunca me cansé de él, siempre quería más. Nunca hubo un día que no lo deseara. Probamos más de mil formas de hacer el amor, de coger, de gozarnos... Luego se fue, recobró la vista, y comprendió que en el mar hay más peces, y que eran más hermosos.
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No lo volví a ver hasta hoy, en los andenes del metro, aunque llegó su nombre una que otra vez a mis oídos, y siempre lo mismo: las niñas se quejaban de que era un depravado, que las trataba como putas de película de quinta, que sólo pensaba en coger, coger y coger, que no había quien lo aguantara, que le gustaban los antros de mala muerte, que era un monstruo con cara de ángel.
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Siempre me dio mucha satisfacción lo que escuchaba, porque hay algo en mí que sabe, que ese deseo sólo se comparte una o dos veces en la vida con alguien. Ese deseo sino es correspondido es pura enfermedad sexual, puro desviación. Y sé que ese hombre tiene mi sello. Yo le abrí los ojos, lo hice gozar hasta el límite de lo deshumanizado, le hice que perdiera todos los tabúes, que probar algunas drogas para coger, de vez en cuando, no estaba tan mal, que hacer un trío tiene sus ventajas, que ver una pareja coger y masturbarse puede ser algo muy placentero.
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Yo no he vuelto a ser tan intenso; desearía volver a encontrar a alguien con quien compartir la fuerza de mi deseo. A la mejor nunca lo vuelva a encontrar, pero volverlo a ver, de lejos, sin que me presintiera, fue un hermoso viaje al pasado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy comprobe lo que escribiste, es díficil encontrar al amante perfecto, al complice de tus deseos, intente de mil forma acercarme a él y no pude, intente que su olor me exitara y simplemente no lo soporte, me sentí tan mal, porque es una persona dulce, pero simplemente no me inspiro ni siquiera un beso en los labios. Qué puedo hacer, sin deseo sentir un cuerpo, qué pasa que lo tuve en frente de mi y ni siquiera lo toque, simplemente me la pase hablando, para evadir cualquier intento de cercanía sexual.

Unknown dijo...

A veces sirve estar un poco ebrio o afectado de los sentidos. DIgo, a veces es se puedo. No siempre. Si son como el agua, hay que dejarlos pasar, dejarlos ser.